jueves, 5 de mayo de 2011
Europa final S. XIX
La sociedad europea había alcanzado profundas transformaciones en relacion con la situación de principios del siglo XIX.La educación mejoró muchísimo y la alfabetización llegaba a cuotas nunca vistas.Las ideas que nacieran de la Revolución francesa habían llegado a todos los países europeos.La Revolución francesa se debió a las dificultades económicas que acosaban a la sociedad del antiguo régimen. Aunque las causas inmediatas y próximas de la Revoluión eran peculiares a Francia, especialmente la crisis financiera del gobierno.Esta revolución fue un intento de encontrar respuesta a las dificultades económicas de la sociedad el siglo XVIII en general.
La sociedad paso de la exclusividad de la agricultura a una estructura dual entre el agrario y la manufactura.
La invención de numerosas máquinas sustituyó en mucas ocasiones la fuerza de trabajo por las máquinas.La industralización también mejoró transportes y comunicaciones. La mano de obra se desplazó hacía la ciudad.Millones de personas marcharon con escasemente lo sufiente para superar el viaje y al llegar a sus destinos se encontraron abandonados y expuestos a todo tipo de explotaciones.
Frente al avance industrial del maquinismo los salarios siguieron siendo bajos a lo largo de todo el siglo, con la consecuencia de que estaban al límite de la supervivencia,mientras, las industrias se iban capitalizando con las ganancias de las sociedades por acciones.
Todo ello contribuyó a que la explotación capitalista de las masas obreras alcanzará cotas tremendas: jornadas de sol asol,persecuciones de los movimientos obreros y de sus líderes, carencia de toda clase de regulaciones legales sobre los contratos de trabajo.
Resultado de esta explotación y de que no había protección social por parte del Estado
surgieron las luchas sociales y la tensión entre las naciones de Europa fuerona dar las guerras internas europeas que desencadenaron desde principios del siglo XX y que se entienden hasta 1945, incluyendo las dos guerras mundiales(1914-1918 y 1940-1045), pasando por las Guerras Civiles Balcánicas de 1906-1913, la Revolución Rusa de 1917 y La Guerra Civil Española de 1936 a 1939.
Europa a principios S. XIX
A principios del siglo XIX gobernaba en Francia Napoleón Bonaparte, que intentó dominar toda Europa y formar un gran imperio.
Los franceses trataron también de dominar España, pero el pueblo de Madrid, el 2 de mayo de 1808, se levantó contra esta invasión. Muchos ciudadanos fueron fusilados como castigo, y el levantamiento se extendió por todo el país. Comenzó así la guerra de la Independencia, que duró seis años.
Inglaterra, país enemigo de Napoleón, envió tropas para luchar contra el ejército francés, y los españoles organizaron una guerra de guerrillas. Este tipo de guerra consistía en hacer ataques rápidos pero frecuentes. La guerra terminó con la victoria española.
Por otra parte, desde principios de siglo hubo sublevaciones contra la corona española en las colonias americanas, que lucharon por su independencia. Poco a poco las colonias se fueron transformando en países independientes y España perdió sus posesiones en otros continentes. Este proceso se llama descolonización. |
Europa después de Utrech
La Guerra de sucesión española dividió España entre los partidarios de Felipe V y del archiduque Carlos, ambos candidatos al trono. En apoyo del primero se manifestó Francia, con su rey Luis XIV al frente; a favor del segundo, Holanda, Inglaterra, Austria y Portugal. En 1713 finalizó la guerra en el exterior, con la firma del Tratado de Utrecht, paz refrendada un año más tarde con los acuerdos de Rastatt. En el interior, la contienda finalizó en 1714, con la caída de Barcelona, ciudad que había resistido en apoyo del pretendiente austriaco y en contra del centralismo borbónico.
Ambos tratados dieron lugar a un nuevo mapa europeo. Inglaterra conseguía Terranova, Gibraltar y Menorca, así como permiso español para enviar anualmente una nave comercial a las Indias y monopolizar el comercio de esclavos.
El Imperio austriaco se quedó con el Milanesado, Flandes, Nápoles y Cerdeña. A Saboya le corresponde una pequeña expansión en su frontera y la isla de Sicilia, que entregará a Austria a cambio de Cerdeña.
El rey francés,Luis XVI, consigue a cambio que las potencias europeas reconozcan a su nieto, Felipe V, como rey de España, aunque en ningún caso las coronas de Francia y España podrán unirse en el futuro.
miércoles, 4 de mayo de 2011
Europa después de Westfalia
La paz de Westfalia es como se conoce a dos acuerdos alcanzados en las ciudades de Osnabrück y Münster en 1648, uno el 15 de mayo y el otro el 24 de octubre. Según estos tratados, se ponía fin a la guerra entre los estados beligerantes en Alemania, príncipes protestantes por un lado y Sacro Imperio y católicos por otro, y se concluía también el enfrentamiento que durante ochenta años enfrentaba a España con la República de los Siete Países Bajos. Fue, en resumen, el tratado que puso fin a la Guerra de los Treinta Años, iniciada en 1618 con la Defenestración de Praga.
Los representantes diplomáticos del Sacro Imperio Romano-Germánico, España, Francia, Países Bajos, Suecia y una multitud de príncipes alemanes se reunieron en un acontecimiento diplomático sin precedentes, después de un conflicto de dimensiones extraordinarias que había arrasado por completo a Alemania, y que había supuesto la ruina de las pretensiones de la casa de Austria, tanto la rama española como la imperial.
La principal consecuencia de la paz de Westfalia fue el debilitamiento de las posiciones de Austria y España en centroeuropa. Paralelamente, salía muy fortalecida Francia, que representada por el cardenal Mazarino ganaba numerosos territorios en su frontera más oriental, entre otras plazas, Metz y Alsacia. Su guerra con España continuó hasta 1659, y terminó con la anexión del Rosellón y su promoción a potencia hegemónica del continente, en la paz de los Pirineos.
Personaje muy beneficiado en Westfalia fue el príncipe elector de Brandemburgo, que gracias a la mediación de Francia (que pretendía promover una potencia en el norte de Alemania que equilibrase la balanza con Austria) anexionó numerosos territorios y formó el núcleo de lo que en décadas venideras sería el reino de Prusia.
De aquel tratado, las Provincias Unidas lograron el reconocimiento definitivo de su independencia, y Suecia se convirtió en la mayor potencia del norte de Europa, logrando arrinconar a Dinamarca en su espacio continental, fuera de la península escandinava.
Pero las consecuencias de la paz de Westfalia fueron más allá de un simple reajuste territorial. En primer lugar, rompió la idea defendida por España y Austria de la universitas christiana, por la cual el Emperador y el Papa podían mediar en los asuntos de toda la cristiandad por considerarla una gran República de distintos Estados, sometidos en última instancia a los poderes tradicionales. Triunfaba así la idea de Estado francesa, por la cual se rechazaba la injerencia de poderes extraños en los asuntos internos del reino, y se afirmaba con una legalidad independiente sobre un territorio determinado. De este modo, conflictos clave como la religión del Estado quedaron inmediatamente solventados: cada soberano decidía su confesión y las guerras de religión, que ensangrentaban Europa desde tiempos de Lutero, desaparecerían en adelante.
El papado quedaba de este modo apartado definitivamente de la participación que venía ejerciendo en las decisiones de la política europea, y el Imperio se convertía en una institución caduca que había perdido la mayor parte de su influencia sobre la Alemania de los príncipes, que ahora operaban con completa autonomía.
Todo ello estaba encaminado a instaurar un orden que garantizase la estabilidad en Europa, al margen de querellas religiosas, sostenido sobre la equidad legal de los Estados, sin importar su tamaño o poder. Ello implicaba una reforma en el Derecho Internacional que tuvo vigencia hasta que entraron en juego nuevas ideologías a principios del siglo XIX, como el liberalismo y posteriormente el nacionalismo, con principios nuevos y completamente revolucionarios, que harían mutar el mapa europeo.
Mapa del Imperio español. Felipe II.
En política exterior, el monarca se preocupó en mantener y proteger su Imperio; prueba de ello fueron los matrimonios que contrajo: se casó por primera vez con María de Portugal en 1543 y tras su muerte, con María I Tudor, reina de Inglaterra, en 1554. Su tercer matrimonio fue con la francesa Isabel de Valois en 1559 y al quedarse nuevamente viudo y sin herederos varones, se casó por cuarta vez, en 1570, con su sobrina Ana de Austria, madre del sucesor al trono español, Felipe III.
La unidad religiosa estuvo muy presente en todos los aspectos de la vida de Felipe II, unidad de una fe que se veía amenazada por las incursiones berberiscas y turcas en las costas mediterráneas. Para hacer frente al Imperio Otomano se constituyó la llamada Liga Santa integrada por una serie de Estados como Venecia, Génova y el Papado.
En 1565, a pesar de la victoria frente a los berberiscos en Malta, continuó la hostilidad con los otomanos. Don Juan de Austria, al mando de la flota naval, obtuvo una gran victoria, aunque no la definitiva, en la batalla de Lepanto en 1571. En el interior peninsular también se produjeron sublevaciones moriscas como, por ejemplo, en las Alpujarras granadinas.
Durante su reinado, Felipe II tuvo que afrontar numerosos conflictos externos: España luchó con Francia por el control de Nápoles y el Milanesado; y debido al elevado gasto económico de estas pugnas, pactaron la paz en Cateau-Cambrésis en 1559.
Las relaciones con Inglaterra y la lucha de ambos países por el control marítimo chocaron a partir de la muerte de la esposa de Felipe II, María Tudor. La hostilidad concluyó en 1588 con la derrota de la Armada Invencible, capitaneada por el duque de Medina-Sidonia, hecho que marcó el inicio del declive del poder naval español en el Atlántico.
Tampoco pudo solucionar el conflicto político-religioso generado en los Países Bajos. Ninguno de sus gobernadores consiguió mitigar la sublevación de los Estados Generales y la definitiva emancipación de Holanda, Zelanda y el resto de las Provincias Unidas.
A pesar de todos estos problemas, Felipe II logró un gran triunfo político al conseguir la unidad ibérica con la anexión de Portugal y sus dominios, al hacer valer sus derechos sucesorios en 1581 en las Cortes de Tomar. Completó la obra unificadora iniciada por los Reyes Católicos. Se apartó la nobleza de los asuntos de Estado, siendo sustituida por secretarios reales procedentes de clases medias al mismo tiempo que se dio forma definitiva al sistema de Consejos. Se impuso prerrogativas a la Iglesia, se codificaron leyes y se realizaron censos de población y riqueza económica.